LA ETAPA DEL REINO DIVIDIDO
Esta etapa nos ofrece el período más entretejido, dinámico y detallado de toda la Biblia. La vamos a considerar bajo tres divisiones principales.
I. Una introducción a la etapa del reino dividido.
II. Los reyes que reinaron en esta etapa. En su presentación emplearemos un método doble:
A. La visión de conjunto. El reinado de cada rey será brevemente bosquejado.
B. El método de mirar con la lupa. El reinado de cada uno de los reyes importantes será examinado más en detalle.
III. Los libros del Antiguo Testamento que fueron escritos durante esta etapa.
II. Los reyes de esta etapa del reino dividido.
EN LA INTRODUCCION A ESTA ETAPA SE REVISA COMO
A) LA VISION DE CONJUNTO Y
B) EL METODO DE MIRAR CON LUPA ---------> ESTE TITULO ES EL QUE VEREMOS A CONTINUACIÓN EN ESTA ENTRADA HASTA EL ULTIMO REY DEL NORTE
El método de mirar con la lupa La etapa del reino dividido puede ser estudiada y resumida mediante un examen un tanto minucioso de la vida de veinte personas. Este número no incluye a los profetas que escribieron tales como Jonás, cuya vida la consideraremos junto con su libro.
De los veinte, seis son reyes del norte,
doce son reyes del sur, y
dos son profetas.
Son: Jeroboam, Omri, Acab, Jehú, Jeroboam II, Oseas (norte), Roboam, Asa, Josafat, Atalía, Joás, Uzías, Acab, Ezequías, Manasés, Josías, Joaquín, Sedequías (sur), Elias y Elíseo (profetas)
Los reyes importantes del norte
A. Jeroboam (el primer rey).
Empezó a reinar en el 930 d.C. y reinó durante veintidós años. A fin de considerar propiamente el reinado de Jeroboam es necesario que conozcamos algo de las circunstancias que le llevaron al poder. Todo empezó con la arrogancia y falta de tacto de Roboam, el hijo de Salomón.
1. Roboam fue a Siquem para ser coronado rey sobre todo Israel (1 R. 12:1; 2 Cr. 10:1).
2. Allí una delegación encabezada por Jeroboam (que había regresado de Egipto después de la muerte de Salomón) le presenta un ultimátum mediante el cual el pueblo le exige una mejor vida bajo su reinado que la que habían conocido bajo Salomón (1 R. 12:3, 4; 2 Cr. 10:2-4).
3. Roboam solicita tres días de receso para considerar sus demandas. Durante este período consultó a los ancianos que habían servido con su padre y también a los jóvenes amigos que se habían criado con él. Aceptó el consejo de los jóvenes y a los tres días, respondió: «... Mi padre agravó vuestro yugo, pero yo añadiré a vuestro yugo; mi padre os castigó con azotes, mas yo os castigaré con escorpiones» (1 R. 12:14).
4. Al escuchar esta respuesta, diez de las tribus dieron oído al grito de Jeroboam que les incitaba a regresar a sus casas, y así comenzó la triste historia de la división del reino (1 R. 12:16).
5. Adoram, el encargado de recoger los impuestos para el rey, es apedreado hasta morir, y el atemorizado Roboam tiene que huir a Jerusalén para salvar su vida (1 R. 12:18). Pretende recuperar por la fuerza lo que ha perdido, pero Dios le amonesta a que no lo haga (1 R. 12:21- 24); Roboam desobedeció continuamente este mandamiento a lo largo de su reinado. (Véase 1 R. 15:6.)
6. Jeroboam, el nuevo líder de la confederación de las diez tribus, se enfrenta inmediatamente a una seria amenaza. Tres veces al año, tal como lo mandaba la ley de Dios (véase Lv. 23; Ex. 23:17), el pueblo subía a Jerusalén para adorar a Dios. Jeroboam sabía que los sacerdotes usarían sin duda esta oportunidad para cambiar la opinión de la gente y hacer volver al pueblo al redil de Roboam. Jeroboam intenta resolver esta situación mediante el siguiente plan:
a. Cambia los símbolos religiosos de Israel. En vez de tener los dos querubines de oro que había sobre el arca, ahora tendrían dos becerros de oro. Da base a su acción citando el ejemplo histórico del sumo sacerdote Aarón (En realidad, usó las palabras de Aarón para presentar a Israel estos becerros de oro. Cp. Ex. 32:4 con 1 R. 12:28.)
b. Cambia el centro religioso de adoración de Jerusalén a Bet-el y Dan. Esto es una manifiesta desobediencia del claro mandamiento que Dios le dio. (Véase 1 R. 11:36.)
c. Degradó el sacerdocio levítico haciendo «sacerdotes de entre el pueblo, que no eran de los hijos de Leví» (12:31). A causa de esto, la gran mayoría de los sacerdotes y levitas se marcharon a Judá, dejando detrás de ellos una situación de casi total apostasía. (Véase 2 Cr. 11:13-17.) Esto explica el hecho trágico de que ninguno de los diecinueve reyes del norte, empezando con Jeroboam y terminando con Oseas, en un período de 210 años aproximadamente, volvió su corazón ni reino a Dios.
d. Cambió el calendario religioso de octubre a noviembre. Según Levítico 23, Israel debía observar seis fiestas principales, comenzando en abril y terminando en octubre.
Estas seis fiestas, tres de las cuales caían en octubre, anticipaban la cruz (panes sin levadura), la resurrección (primeros frutos), Pentecostés (fiesta de los cincuenta días), el rapto (fiesta de las trompetas), la tribulación (el día de la expiación), y el milenio (la fiesta de los tabernáculos). Es evidente, sin embargo, que Jeroboam tenía muy poco interés en estas fiestas, porque se nos dice que él ideó esta fiesta de noviembre inventándola a su antojo. (Véase 12:33.)
7. Jeroboam visitó el altar en Bet-el para quemar incienso. Aquí tenemos al segundo de los reyes de Israel que tuvieron el atrevimiento de asumir también el oficio de sacerdote. Todos ellos fueron castigados severamente. Los otros dos fueron:
a. Saúl (1 S. 13:9-14).
b. Uzías (2 Cr. 26:16-21).
8. Por su idolatría Jeroboam recibió una profecía y un castigo por medio de un varón de Dios.
a. La profecía. Que vendría un día cuando un rey de Judá llamado Josías destruiría totalmente la falsa religión de Jeroboam, quemando incluso los huesos de sus sacerdotes muertos sobre el mismo altar donde Jeroboam estaba sacrificando. Esta sorprendente profecía se cumplió exactamente 300 años después. (Cp. 1 R. 13:2 con 2 R. 23:15, 16.)
b. El castigo. El altar de Jeroboam fue destruido y su mano quedó paralizada mediante una acción sobrenatural de Dios (1 R. 13:3-6). El profeta después oró y la mano del rey quedó restaurada.
9. En su camino de regreso a casa, el profeta tontamente prestó atención a las palabras de un viejo profeta de Bet-el que le mintió y por su desobediencia a Dios perdió su vida.
a. Dios le había dicho que se volviera a casa inmediatamente.
b. El viejo profeta le dijo que Dios había cambiado de idea y que ahora deseaba que se quedara y comiera en Bet-el.
c. Cuando finalmente emprendió el camino para volver a su casa, le atacó un león y lo mató.
10. Poco después de este triste evento, Abías, el hijo de Jeroboam, se puso muy enfermo. El profeta Ahías transmite un terrible mensaje de Dios a la esposa de Jeroboam (quien había intentado disfrazarse), que debido a su gran impiedad el juicio de Dios vendría sobre él (14:10-14). Todo esto sucedió realmente. Este niño murió pronto (14:17) y pocos años después, Nadab, el hijo de Jeroboam que le había sucedido en el trono, fue asesinado con toda su familia por un rebelde llamado Baasa, usurpándole el trono (15:29). En este momento Dios dio el escalofriante primer aviso de la futura cautividad a manos de los asirios, la cual ocurrió 200 años después (14:15).
11. Dios castiga a Jeroboam con una plaga y muere, después de un depravado reinado de veintidós años. Leemos más de veinte veces
frase de que «él hizo pecar a Israel». Le sucedió en el trono su hijo Nadab (1 R. 14:20; 2 Cr. 13:20). Nadab fue asesinado por un rebelde llamado Baasa después de reinar solamente dos años. El fue el primero de seis reyes del norte que fueron asesinados, los cuales son:
(2) Ela,
(3) Joram,
(4) Zacarías,
(5) Salum, y
(6) Pekaía.
Baasa, al matar a Nadab y sus familiares, cumplió sin saberlo la profecía que había sido dada por Ahías a la esposa de Jeroboam. (Cp. 1 R. 14:14 con 15:29.)
B. Omri (sexto rey).
1. Subió al trono en el 885 a.C. y reinó durante doce años.
2. Hizo de la ciudad de Samaria la nueva capital del reino del norte (1 R. 16:24).
3. Fue el más impío de los reyes del norte hasta esa fecha.
C. Acab (séptimo rey).
1. Empezó a reinar en el 874 y reinó durante veintidós años.
2. Se casó con Jezabel y edificó un templo a Baal en Samaria (1 R. 16:31, 32).
3. Fue más malvado que Omri, su padre (16:33).
(Véase también 21:25, 26.)
4. Al comienzo de su reino se cumplió una prfecía pronunciada 500 años antes, relacionada con la reedificación de Jericó (comparar 16:34 con Jos. 6:26).
5. Es confrontado por el profeta Elias quien le advierte que a causa de su pecado y de la impiedad de Israel, habría hambre en la tierra por tres años y medio (1 R. 17:1; Stg. 5:17).
6. Acab es testigo de la derrota y ejecución de sus sacerdotes de Baal a manos de Elias en el monte Carmelo (18:40).
7. Le es permitido por Dios derrotar dos veces a los arrogantes sirios para demostrar un hecho, la realidad de que Jehová es Señor por encima de todos (20:23, 28). En este momento, Ben-adad, rey de Siria, le declaró la guerra a Acab, que en principio trató de aplacarlo sobornando al codicioso monarca sirio, pero cuando esto falló, Acab determinó luchar (1 R. 20:1-11). Un profeta anónimo (quizá Elias) le reafirma a Acab que vencerá a los sirios, y dicha victoria tiene lugar muy pronto (20:13-19). Después de su derrota, los sirios llegan a la conclusión de que ha sido debido a un factor geográfico, porque la batalla se desarrolló en una zona montañosa, lo cual había dado al ejército israelita una gran ventaja. Los sirios creían que el Dios de Israel era un Dios de montañas. De manera que planean luchar otra vez contra Israel, pero en esta ocasión será en la llanura. No podían estar más equivocados, pues el Dios de Israel es ciertamente Dios de las montañas, pero también es Dios de:
a. El Dios del valle (Ex. 17:8-13; 1 S. 17:3, 49).
b. El Dios de la montaña (1 R. 18:19, 40).
c. El Dios del llano (Jue. 11:33).
d. El Dios del agua (Ex. 14:27, 28).
e. El Dios del fuego (Dn. 3:19-26).
Los sirios atacan otra vez y son derrotados completamente, perdiendo 127.000 soldados de infantería. El victorioso Acab desobedece el mandamiento de Dios y le perdona la vida a Ben-adad (como Saúl hizo una vez con Agag, 1 S. 15:31-33).
El profeta de Dios le anuncia entonces que a causa de lo que Acab había hecho. Dios demandaría su vida por la vida de Ben-adad (1 R. 20:32-43, lo cual ocurrió tres años más tarde (véase 1 R. 22:29-37).
8. Acab intenta adquirir sin lograrlo una viña escogida ubicada cerca de su palacio en Samaria, cuyo propietario era un hombre de Jezreel llamado Nabot. Samuel había advertido al principio de la monarquía acerca del riesgo de que los reyes quisieran apoderarse de las tierras de sus súbditos (1 S. 8:14). Aunque Nabot hubiera querido vender la viña, la ley levítica se lo prohibía. (Véanse Lv. 25:23; Nm. 36:7; Ez. 46:18.) Acab regresa a casa malhumorado. Jezabel se entera de la negativa de Nabot y le dice a su marido que se alegre y coma, que ella le dará la viña . Decide entonces escribir cartas en nombre de Acab, dirigidas a los líderes de Jezreel, donde Nabot vivía, y sellarlas con el sello real. En las cartas les manda que convoquen a los israelitas del lugar para una reunión de oración y ayuno, que se aseguren que Nabot esté presente y que paguen a dos testigos falsos para que le acusen de maldecir a Dios y al rey, y, en consecuencia, le mataran a pedradas. Esta orden horrible es ejecutada al pie de la letra (1 R. 21:4-14). Sus hijos son también azedreados. (Véase 2 R. 9:26.) La malvada Jezabel, ella misma una rabiosa adoradora de Baal, apela ahora astutamente a la ley de Moisés para obtener dos testigos contra el acusado (Lv. 24:17). Este juicio falso tendría su imitación final nueve siglos después, en las primeras horas de un viernes del mes de abril, cuando el Creador Todopoderoso es juzgado por sus miserables criaturas (Mt. 26:59-68). Jezabel es informada del resultado de su intriga y Acab jubiloso va a la viña para reclamarla (1 R. 21:15, 16). Dios le ordena a Elias que vaya y confronte a Acab en la viña de Nabot y pronuncie maldición divina sobre él y su familia.
Un Acab enojado y, sin duda, atemorizado, escucha el juicio de Dios sobre él (21:19, 21-24). Todo lo dicho por Elias llegó a ser literalmente cierto.
a. Los perros lamieron la sangre de Acab como habían lamido la de Nabot (1 R. 22:38).
b. Sus descendientes fueron destruidos. Su hijo mayor Ocozías murió de una caída (2 R. 1:17), y Joram su hijo más joven, fue asesinado por Jehú (2 R. 9:24), y su cuerpo arrojado en el mismo campo donde Nabot había sido entenado. c. Jezabel, su depravada mujer, fue devorada por los peños salvajes de Jezreel (2 R. 9:30-36). Nada más escuchar estas terribles profecías, Acab se humilla, y Dios le permite que al menos no vea la muerte de sus hijos. Pero su arrepentimiento es superficial y temporal (1 R. 21:27-29).
9. En este tiempo Acab desea que el monarca reinante en Judá (cuyo nombre es Josafat) se una a él para combatir a Ben-adad de Siria, que ha incumplido un pacto de tres años (1 R. 22:1) y sigue acuartelando tropas en Ramot de Galaad. Si Acab le hubiera ejecutado como Dios le mandó hacerlo, está situación no se habría producido ahora. Josafat no tenía nada material que ganar y sí mucho que perder moralmente. Su respuesta es trágica: «... Yo soy como tú, y mi pueblo como tu pueblo, y mis caballos como tus caballos» (1 R. 22:4). Josafat evidentemente tuvo sus dudas acerca de esta alianza, porque le pidió a Acab: «... Te ruego que consultes hoy la palabra de Jehová» (2 Cr. 18:4). Acab inmediatamente convocó a 400 profetas, todos los cuales comían de su mesa y no dudaban en decirle al rey lo que a él le gustaba escuchar. Todos ellos predijeron la victoria y animaban al rey a ir a la guerra (2 Cr. 18:5, 6). Esta era la clase de hombres de los que Jeremías habló años más tarde (Jer. 23:21). Josafat, que todavía se sentía asediado por las dudas, preguntó si no había algún otro profeta de Dios al que pudieran preguntar. Acab amargamente le responde diciendo: «... Aún hay un varón por el cual podríamos consultar a Jehová, Micaías, hijo de Imla; mas yo le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal...» (1 R. 22:8). Quizá el mayor elogio que podríá recibir Micaías es que era aborrecido por Acab. Aquel rey insensato y malo odiaba al profeta como un necio puede aborrecer al médico que le diagnostica cáncer. Ante la insistencia amable del rey de Judá, Acab ordena a regañadientes que vayan a buscar a Micaías a la prisión, pero instruye privadamente a los mensajeros para que le adviertan al profeta que no contradiga la profecía de la mayoría. Micaías escucha lo que le dicen pero replica: «... Vive Jehová, que lo que Jehová me hablare, eso diré» (1 R. 22:14). Mientras que los dos reyes esperan la llegada de Micaías, Sedequías, el portavoz de aquellos profetas títeres, desarrolla una escena intentando dramatizar para Acab cómo logrará la victoria sobre los sirios. Quizá había aprendido aquello sacando completamente fuera de contexto a Deuteronomio 33:17. Finalmente Micaías aparece delante de Acab, y sin duda, con un guiño en sus ojos y sarcasmo en su voz, imita a los otros profetas: «... Sube, y serás prosperado, y Jehová la entregará en manos del rey» (1 R. 22:15). Este sarcasmo debió ser dolorosamente evidente para los dos, porque Acab lívido por la ira, le gritó: «... ¿Hasta cuántas veces he de exigirte que no me digas sino la verdad en el nombre de Jehová» (22:16). Acab quería escuchar la verdad tanto como un criminal culpable desea oír a un juez pronunciar sentencia sobre él. Esas palabras fueron dichas indudablemente para impresionar a Josafat. El guiño desaparece repentinamente de los ojos de Micaías y el tono burlón se transforma en sobrias palabras de juicio al decir: «... Yo vi a todo Israel esparcido por los montes, como ovejas que no tienen pastor; y Jehová dijo: Estos no tienen señor; vuélvase cada uno a su casa en paz» (22:17). Nada más oírle, Acab explota otra vez y le dice a Josafat: «¿No te lo había yo dicho? Ninguna cosa buena profetizará él acerca de mí, sino solamente el mal» (22:18). Micaías, no obstante, continúa y declara que Dios ha permitido que un espíritu de mentira engañe a los profetas de Acab, a fin de matar al depravado rey en la batalla. Al terminar esta verdadera profecía, es abofeteado por Sedequías, el profeta títere de Acab. Este punzante insulto sería más tarde experimentado tanto por nuestro Señor (Jn. 18:22) como por el apóstol Pablo (Hch. 23:2). Acab ordena que vuelvan a Micaías a la prisión y que le tengan a pan y agua hasta que él regrese de la guerra sano y salvo. Cuando sale, Micaías agrega que si Acab regresa con bien significará que Dios no había hablado por medio de él (1 R. 22:28).
10. Acab y Josafat se apresuran para marchar a Ramot de Galaad. En la víspera de la batalla, Acab sugiere que Josafat se ponga las ropas reales de Acab y él usaría el uniforme de un soldado de infantería. El rey del sur acepta el plan. Algunas veces parece como si Josafat fuera un tonto (1 R. 22:29, 30). Josafat es inmediatamente visto por los sirios, que le confunden con Acab. El atemorizado y necio rey de Judá clama a Dios por protección, y los soldados sirios le dejan sin tocarle cuando se dan cuenta de que no es Acab (1 R. 22:31-33; 2 Cr. 18:30-32). Sin embargo, uno de los soldados sirios disparó su arco al azar contra las filas israelitas e hirió de muerte al disfrazado Acab, clavándole la flecha entre las juntas de la armadura. Al darse cuenta de que estaba gravemente herido, Acab ordenó al conductor de su carro que lo sacara del campo de batalla. Cuando el sol se ponía por el occidente, el rey murió (1 R. 22:34-37; 2 Cr. 18:33, 34). Acab es enterrado en Samaria y su carro lleno de sangre es llevado a un estanque cercano para lavarlo, donde los perros lamen la sangre, exactamente como Elias había predicho (1 R. 22:38, 39). Acab es sucedido en el trono por Ocozías, su hijo mayor, quien siguió en los malos caminos de su padre (1 R. 22:52, 53).
D. Jehú (décimo rey).
1. Empezó a reinar en el 841 a.C. y reinó durante veintiocho años.
2. Dios había mandado a Elias a que ungiera a Jehú como rey (1 R. 19:16), pero por alguna razón no lo había hecho, sino que lo hizo Elíseo por medio de un joven profeta (2 R. 9:1).
3. Jehú llegó a ser notorio por la manera de conducir su carro (9:20) y por la sangre que derramó. Ejecutó a
a. Ocozías, rey de Judá y nieto de Josafat (9:27).
b. Joram, rey del norte, que estaba en el trono en ese tiempo (9:24).
c. Jezabel (9:30-37).
d. Los setenta hijos de Acab (10:1, 11).
e. Cuarenta y dos príncipes de Judá (10:14).
f. A los adoradores de Baal (10:25). Dios le ordenó que ejecutara a todos los miembros de la familia de Acab, incluida Jezabel, cuyo cuerpo se lo comieron los perro más tarde (2 R. 9:1-10), pero no sancionó los demás asesinatos. Examinemos brevemente sus sangrientas actividades. Nada más ser ungido, Jehú monta en su carro y se encamina a toda velocidad hacia Jezreel para matar al rey Joram, el hijo más joven de Acab, que en estos momentos se estaba recuperando de las heridas que había sufrido en una batalla reciente. En aquel funesto día le acompañaba un visitante, el rey Ocozías de Judá, que era el nieto de Josafat y sobrino de Joram. Es dudoso que hallemos en la historia que dos jefes de estado reunidos en conferencia tuvieran madres más impías que estos dos. La madre de Joram era Jezabel, y la madre de Ocozías era Atalía. Jehú es avistado mientras estaba todavía en el camino en el valle, y tanto Joram como Ocozías, temiendo una rebelión inminente, salen a su encuentro confiando en poder arreglar las cosas de una manera pacífica. Jehú rechaza los intentos de negociación de Joram y mata a los dos reyes, tío y sobrino, mediante una lluvia de flechas. El cuerpo sin vida de Joram es arrojado en el campo de Nabot, donde Acab (el fallecido padre del rey) tiró una vez el cuerpo de Nabot. Se cumplía la enseñanza bíblica de que «lo que el hombre sembrare, eso también segará» (2 R. 9:25-29). Al entrar Jehú en Jezreel vio a Jezabel, la maquillada hechicera, que se burlaba de él asomada a una ventana alta, y ordena que la echen por la ventana, lo cual hacen y muere en la caída. Los perros salvajes devoraron su cuerpo, dejando solamente su calavera, los pies y las manos. Así se cumplió literalmente la terrible profecía dada a Acab. (Cp. 1 R. 21:23 con 2 R. 9:30-36.) Jehú después escribe una carta a las autoridades de la ciudad de Samaria demandando las cabezas (literalmente) de los setenta hijos de Acab que vivían en la ciudad. Los atemorizados oficiales obedecen nmediatamente la sangrienta orden, echan las cabezas en canastas y se las envían a Jehú a Jezreel (10:11-14). Jehú prosigue con su sangrienta purga matando a todo descendiente o amigo de Acab, incluyendo a cuarenta y dos familiares de Ocozías de Judá que acababan de llegar a Jezreel para visitar a Jezabel (10:11-14). Aquel brutal guerrero ordena después a todos los sacerdotes de Baal que acudan a una convocatoria religiosa especial en Jezreel, fingiendo ser él también un adorador de Baal. Sin embargo, tiene el plan secreto de matarlos a todos una vez que estén congregados en el lugar de reunión acordado. Al poco tiempo, el templo de Baal en Jezreel se llenó de sacerdotes paganos. Es entonces cuando Jebú da la orden de matarlos y aquel falso dios fenicio se manifiesta impotente mientras sus adoradores van siendo sistemáticamente exterminados. Jebú seguidamente ordena que saquen las estatuas del templo y las quemen, que destruyan el altar y el templo. Todo quedó convertido en una letrina pública. A causa de su obediencia al mandamiento de Dios de destruir la dinastía de Acab, se le promete la permanencia de su propia dinastía en el trono hasta la cuarta generación (2 R. 10:30).
4. A pesar de sus reformas, Jehú continúa adorando los becerros de oro establecidos por Jeroboam (10:29-31) y muere sin arrepentirse.
E. Jeroboam II (decimotercer rey).
2. Jeroboam II llegó a ser el más poderoso de los reyes del norte.
3. Recuperó gran parte del territorio de Israel que los sirios les habían arrebatado (2 R. 3:5; 14:25-27).
4. Esto fue profetizado por el profeta Jonás, que vivió durante el reinado de Jeroboam II (14:25).
F. Oseas (decimonoveno rey).
1. Empezó a reinar en el 732 y reinó nueve años.
2. Después de quedar sometido como vasallo al rey Salmanasar de Asiria, Oseas se alió con Egipto en una rebelión contra Asiria.
3. A causa de ello fue apresado y encarcelado por Salmanasar (2 R. 17:4, 5).
4. Samaria cayó en este tiempo y el pueblo del reino fue deportado a Asiria (2 R. 17:6).